[Fragmento de uno de mis cuentos.]
-Sí, dijo mientras encendía su enésimo cigarrillo, deseo ver muerto a Santiago Urbina, a pesar de todo lo que ello implique, no importa cuánto deba pagar.
-Me imagino que tendrás asumidas las posibles consecuencias, contestó Ignacio sentado frente al sujeto.
-De lo contrario no te lo diría con tanta seguridad, adjudicó Daniel irónicamente.Bien entonces, sonrió, sólo dime para cuándo quieres el funeral.
-Te concedo tal honor, contestó, pero prefiero enviarle flores dentro de Mayo.
El hombre había disuelto su incompetencia entre miles de probables soluciones. Había pensado, que el hecho de asesinar a Santiago, directa o indirectamente, le facilitaría compensar todas las falencias que por su culpa se habían visto florecer incontrolablemente; Ya no tendría que lidiar con la estúpida sonrisa de aquel muchacho cada mañana al entrar a clases. Por fin olvidaría los centenares de disgustos y vergüenzas que diariamente debía enfrentar ante a los otros alumnos.
Daniel no se sentía ajeno a las condolencias de su drástica dedición, pero creía que era la única medida a corto plazo que podría regalarle unos instantes de paz. Mientras tanto se relajaba venerando a sus múltiples vicios; Terminaría de escribir la novela en la cual tantos años invirtió, fumaría más que nunca, dejaría, definitivamente, de prestar su arte literario a colegios mendigos. Detestaba dar lecciones de Literatura a esos chiquillos impertinentes. Sabía, ante todo, que estaba pagando por su propia inseguridad, por su falta de liderazgo ante sus decisiones. De haber publicado mi novela, se decía, no tendría que ver cómo las arrugas me envenenan sin haber realizado algo útil para sobrellevar mis sueños.
Daniel estaba pronto a cumplir los cincuenta y dos años, pero se veía mayor. Las canas se adueñaban de todo su cuerpo. Su piel había dejado de brillar, y así como ya no tenía el dinero suficiente para huir del país, estaba lejos de llegar a fin de mes con la seguridad de aquel hombre que ha pagado todas sus deudas, sin atrasos ni pormenores.Hacía muchos años que su esposa había fallecido. Desde entonces nunca volvió a comprometerse sentimentalmente con nadie, o por lo menos con ninguna mujer. Su pesadilla marital no duró más de cinco años, se había enamorado muy viejo, y según sus propias manifestaciones, el amor en los viejos era lo suficientemente declarativo como para definir un suicidio seguro, por suerte Angélica tuvo la dicha de morir primero.
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