Nunca me ha gustado cerrar una etapa sin sentir que realmente estoy apto para ello. De las tantas cosas que he detestado de mi mismo, ha sido la facultad de recordar lo inmemorable el único atributo que desearía haber eliminado desde hace mucho. La memoria es frágil e insípida, me daría suerte de espanto pensar que mida más de una pulgada. Sin memorias, mi vida estaría disuelta en un solvente demasiado acuoso para tantos recuerdos injustificadamente inexplicables.Es increíble notar el paso del tiempo en tan sólo un segundo. En un abril 17 creí que no podría sobrevivir sin un siquiatra, y hoy, ya después de muchos meses, mantengo dicha postura ahora tomada desde un ángulo evidentemente superior. Cualquiera diría que exagero, que en realidad sólo es adolescencia, inmadurez... ¿Cómo poder sobre llevar todo este mal? ¿Cómo lograr sacrificarse cuando en realidad no existe nada por lo cual luchar? Estoy cansado y casi seguro de que comienzo a enloquecer. Pero es la memoria, más que cualquier otro motivo, aún más que por mí mismo, quien ha mantenido las expectativas por encontrarme en un futuro no muy desbordante. Lo que trato de decir, es que a pesar de no conocer el mundo, a pesar de corroer todas las esperanzas de una vida mejor, amo la humanidad, me siento humanizado, vivo y a la vez muerto; muerto porque todo cuanto quise crear sólo se transformó en una sombra; vivo por las simples ansias de querer estarlo. A veces siento que mi vida no ha sido real, porque la realidad puede fracasar, aniquilarse y olvidarse. Mas ese no es mi caso, todo “error” es aprendizaje, y con ello la cuota de supervivencia aumenta acorde a cuanto sufro, es decir, a cuanto puedo resistir. Nunca he sido partidario de borrar un pasado, aún cuando este ya no me pertenezca. Supongo que aún soy demasiado inmaduro como para enfrentar dicha realidad: que el tiempo avanza y que la gente cambia. Que yo he cambiado, aún sin notarlo, aún sin saberlo por medio de mi razonar interno. He tenido que enterarme por terceros, por “amigos” que no veía desde hace meses, por recuerdos, por personas que creí muertas e inexorablemente “olvidadas”. Siempre temí, tanto o más que a perder la memoria, la idea de que las personas encontrasen un buen lugar para olvidarme. Ahora sé que aquel temor debo asumirlo en carne pues todo cuanto alguna vez creí infinito, hoy se presenta ennegrecido, corrupto y aturdido tanto en lo físico como en lo moral. Ahora leo mis letras, y es como si estuviese describiendo lo que el espejo me reflejase. Esta vez no es un retrato, es sólo una conjunción de adverbios a modo casi objetivo. En un viernes 14 de diciembre, supuse que todo esto sería olvidado. Que mis letras no podrían tolerar tanta repugnancia por parte mía y del mundo. Sé que eso no es cierto, que por más que intente lo único que me queda es asumir, leer y callarme, lo que venga después me lo dirá el siquiatra. Estoy demasiado preocupado por mi salud mental.
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