Había soñado, antes de todo esto, con centenares de rostros irreales y poco concretos, aunque claro está, nunca supe qué tan honestos fueron entonces los rasgos, las narices y los dientes. De todos modos quería escribir sobre otro tema, esta vez, por fin, dejando de lado a los sueños. Quería escribir un ensayo que no acudiera tanto a la retórica, que le fuese infiel al utilizar el pragmatismo. Y querer es poder según dicen, (lo cual dudo mucho sea posible, sin embargo en estos instantes debo respaldarme de lo que muchos creen lo más sensato.) así el detrimento será menor.
Citaría a Niebla o a cualquiera de Nietszche, pero según mi memoria aquellos párrafos se han arrancado del registro. (Lo que es la desmembración de los recuerdos...) En fin. Continúo.
Estaba cansado de escribir sin sangre, sin fundamento ni nociones realmente correspondientes a mis intenciones, a mi verdadero motivo. Mi mensaje no fluía según lo planeado. Al poco tiempo me resigné. Dejé la escritura por unos días y me dediqué específicamente a leer ciencias, novelas, una nivola y un par de ensayos igual de innecesarios que el escrito ahora.
El autor y sus personajes. Ahí estaba la pauta, ahí se encontraba la fractura.
Cierto tiempo atrás, leía entonces un ensayo de un Autor Argentino en cuyas letras manifestaba la tesis de que el autor es cada uno de los personajes que desarrolla, siendo, en primeras instancias, los protagonistas el reflejo de su yo interior y los secundarios manifestaciones tanto del inconciente como de su lado sensible e inteligible, basado en Platón , por supuesto.
No he podido sino cambiar la mentalidad con la cual escribo. Hoy había escrito en prosa y en verso, algunos párrafos de una futura obra literaria. Quizá no tenga un género definido, pero bien es sabido que mi fuerte son los cuentos, así que me imagino que en esos rubros terminará mi amorfa creación. La finalidad con la cuál escribía éste no tenía relación ni con personajes ni con acontecimientos, no era ni realidad ni ficción, tampoco la manifestación de un sueño o un concepto. Si bien mi escrito poseía voces de posibles personajes, y además, se rodeaba de una idea en común, la esencia del escrito no tenía imagen concreta. No tenía sangre ni perfil.
¿Cuándo se tiene sangre el escrito?
Dar vida a las letras, llenarle de carne, traspasarle sangre y sentimiento es lo primordial en todo rubro literario. Siguiendo esta lógica, el pensamiento se contradice, si todo escrito literario ha de poseer sangre, aquel que no le posea ¿deja de ser literario?
Evidentemente entramos en el universo de las falacias y de las especulaciones.
El autor y sus personajes yacen enlazados de nexos objetivos independientes de la subjetividad del contexto en que se narre la obra, de sus personajes, de su voz o su estado anímico.
Citaría a Niebla o a cualquiera de Nietszche, pero según mi memoria aquellos párrafos se han arrancado del registro. (Lo que es la desmembración de los recuerdos...) En fin. Continúo.
Estaba cansado de escribir sin sangre, sin fundamento ni nociones realmente correspondientes a mis intenciones, a mi verdadero motivo. Mi mensaje no fluía según lo planeado. Al poco tiempo me resigné. Dejé la escritura por unos días y me dediqué específicamente a leer ciencias, novelas, una nivola y un par de ensayos igual de innecesarios que el escrito ahora.
El autor y sus personajes. Ahí estaba la pauta, ahí se encontraba la fractura.
Cierto tiempo atrás, leía entonces un ensayo de un Autor Argentino en cuyas letras manifestaba la tesis de que el autor es cada uno de los personajes que desarrolla, siendo, en primeras instancias, los protagonistas el reflejo de su yo interior y los secundarios manifestaciones tanto del inconciente como de su lado sensible e inteligible, basado en Platón , por supuesto.
No he podido sino cambiar la mentalidad con la cual escribo. Hoy había escrito en prosa y en verso, algunos párrafos de una futura obra literaria. Quizá no tenga un género definido, pero bien es sabido que mi fuerte son los cuentos, así que me imagino que en esos rubros terminará mi amorfa creación. La finalidad con la cuál escribía éste no tenía relación ni con personajes ni con acontecimientos, no era ni realidad ni ficción, tampoco la manifestación de un sueño o un concepto. Si bien mi escrito poseía voces de posibles personajes, y además, se rodeaba de una idea en común, la esencia del escrito no tenía imagen concreta. No tenía sangre ni perfil.
¿Cuándo se tiene sangre el escrito?
Dar vida a las letras, llenarle de carne, traspasarle sangre y sentimiento es lo primordial en todo rubro literario. Siguiendo esta lógica, el pensamiento se contradice, si todo escrito literario ha de poseer sangre, aquel que no le posea ¿deja de ser literario?
Evidentemente entramos en el universo de las falacias y de las especulaciones.
El autor y sus personajes yacen enlazados de nexos objetivos independientes de la subjetividad del contexto en que se narre la obra, de sus personajes, de su voz o su estado anímico.
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